miércoles, 24 de noviembre de 2010

Capítulo 3

-Oh, Edward... -la luz atravesaba las espesas copas de los árboles, iluminando el agua cristalina de la laguna, creando un efecto mágico, como si el agua estuviese llena de pequeños cristales.
Ya sabía por qué me resultaba tan familiar...
<<FLASHBACK>>
-¡Corre, Bella! ¡Por aquí! -gritaba Edward emocionado. Él era demasiado rápido, y mi torpeza no me ayudaba mucho a la hora de seguirle el ritmo.
Sus saltos ágiles, esquivando las ramas y los arbustos me recordaban a la forma de moverse de un felino, rápido, ágil y silencioso. Yo en cambio, parecía un pato mareado, me caía al suelo y tenía las manos arañadas por culpa de las traicioneras ramas de los árboles.
Lo seguí todo lo rápida que pude, que no era gran cosa. Él se mostraba impaciente. Quería enseñarme un lugar que había descubierto cuando salió a pasear con su perro. Mis padres me habían prohibido entrar en el bosque, pero desde que conocí a Edward, él y yo nos íbamos todos los días a pasear, a disfrutar de la mágina y fantástica naturaleza de Forks.
Vi que Edward iba demasiado rápido, intenté seguir su ritmo, pero llegó un momento en el que no pude más, me caí al suelo exhausta, jadeando.
-¡Edward! -intenté gritar, pero me faltaba el aliento, mis pulmones ardían a causa de la falta de oxígeno. Miré a mi alrededor. Los árboles se alzaban magestuosos, como si fueran los reyes del bosque. La luz no llegaba al suelo, las malditas hojas lo tapaban todo, haciendo aquél lugar más tenebroso aún. Ya no me parecía tan bonito el bosque, sin Edward no me sentía segura.
Me levanté y caminé siguiendo el camino por donde había visto alejarse a mi amigo. ¿Y si no lo encontraba? ¿Y si me perdía? ¿Y si se perdía él?... Miles de preguntas rondaron  mi cabeza, y yo cada vez me sentía más horrorizada.
Apreté el paso en cuanto vi un pequeño resplandor de luz a lo lejos. Caminé sin fijarme en el suelo ni las ramas, solo quería llegar hasta el resplandor. Algo crujió bajo mis pies cuando casi había llegado. Caí por un pequeño barranco y me zambullí en una laguna donde daba el sol. Grité por el susto, pero después, contemplé el lugar. Era precioso, tal y como Edward me había descrito. El agua brillaba, como si fuera mágica.
-¿Bella? ¿Bella, eres tú? -Edward estaba en la orilla de la laguna gritando mi nombre. No sabía desde cuando estaba allí, no lo había visto aparecer-. ¡Oh, Bella! ¡Estás bien! -seguidamente se tiró al agua y nadó hacia mí. Cuando estuvo a mi lado, me abrazó con tanta fuerza que me dificultó respirar.
-Edward, estaba muy asustada -le abracé y pude tranquilizarme, ya estaba con él, me sentía segura, no tenía por qué sentir miedo.
-Lo siento, no sabía que te habías quedado atrás, perdóname...
-Claro que te perdono, es mi culpa ser tan patosa -sonrió y le di un beso en la mejilla.
Nadamos los dos hacia la orilla y nos sentamos al sol para secarnos.
Nos pasamos la tarde allí, tumbados sobre la hierba, dejando que los rayos del sol acariciaran nuestra pálida piel...
<<FIN DEL FLASHBACK>>
-¿Todavía te acuerdas? -preguntó sacándome del hilo de mis pensamientos.
-Claro que sí, ¿como no voy a acordarme? -sonreí imaginándonos a los dos allí tumbados. Era como si los años no hubiesen pasado, pero la verdad es que sí habían pasado. En aquél entonces Edward y yo teníamos dieciocho años, y cuando sucedió todo aquello solo teníamos nueve años.
-Pensé que ya lo habrías olvidado... -dijo en un murmullo. Le miré algo confundida y entonces recordé la causa por la que estábamos allí.
-Edward, ¿me vas a contar por qué demonios estás así? -su rostro se endureció, fue como si hubiese envejecido diez años de golpe.
-Soy un friki, todos lo sabéis, me gusta sacar buenas notas, prefiero estar con el ordenador que pasarme una hora corriendo detrás de una estúpida pelota de fútbol... Y no molesto a nadie, no le digo a nadie lo que tiene que hacer, sin embargo, vosotros no dejáis de amargarme la vida -la sinceridad de sus palabras me dolieron como si me hubieran clavado una estaca por la espalda. Él tenía toda la razón del mundo, no hacíamos más que insultarlo y hacerle la vida imposible.
-Edward, yo... -intenté excusarme, pero él dio un paso hacia mí y me miró a los ojos.
-Tú eres como ellos, tambien me insultas, y aunque no me pegas ni me gastas bromas pesadas, me miras por encima del hombro, como si yo fuera una mierda, y ¿sabes qué? Ya estoy harto de todo esto, todo va a terminar ya -agachó la cabeza y varias lágrimas cayeron por sus mejillas amoratadas. No sabía a qué se refería con eso de "todo va a terminar ya".
-¿A qué te refieres con eso de que todo va a terminar ya? -levantó la barbilla lentamente y me miró a los ojos. Pude ver todo el sufrimiento, lo mal que lo estaba pasando por nuestra culpa, y sus pocas ganas de seguir...
-Todo acabará pronto -su voz ronca y las lágrimas que bajaban sin control por su rostro hicieron que un escalofrío me recorriera por dentro. Me imaginé lo peor...
-¡No Edward! N-no puedes hacer e-eso, p-por favor... -sin darme cuenta, comencé a llorar sin control y lo abracé con todas mis fuerzas- Edward por favor, no lo hagas, por favor -dije entre sollozos. Él me abrazó con fuerza.
-Es lo mejor para todos, yo desapareceré y nadie me echará de menos, y así estaré tranquilo por toda la eternidad... -le apreté con más fuerza al oír sus palabras. Él no tenía por qué suicidarse, eso era injusto.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Capítulo 2

No puedo recordar como sucedió exactamente, pero en menos de cinco minutos me encontraba en el coche de Emmett, devorando sus ardientes labios.
-Jasper... -gemí mientras me besaba el cuello.
-Soy Emmett -me corrigió.
-Da igual -jadeé cuando su mano se metió bajo mi vestido, acariciándome las piernas con suavidad.
Arranqué su camisa de un tirón y él se quedó mirándome sorprendido por mi brusquedad. No le di importancia y comenzé a besar su cuerpo escultural. Sus manos recorrieron mi cuerpo sin dudarlo y me quitó el vestido.
Se tumbó encima mía, dejandome entre él y el asiento trasero del coche. A pesar de que seguía llevando los pantalones, ya podía sentir su dura erección. Me mordí el labio y bajé mi mano hasta su cinturón mientras gemía cada vez que él besaba, chupaba y mordía mi cuello. De un tirón, me deshice del cinturón, y Emmett hizo lo mismo con mi sujetador, dejando mis senos expuestos. Mordisqueó mis ya endurecidos pezones, haciéndome gemir de un infinito placer. Ya me sentía humeda, lo necesitaba dentro de mí y se lo hice saber.
-E-Emmett, te n-necesito... -le supliqué con la respiración entrecortada. Él me miró sonriendo pícaramente y terminó de bajarse los pantalones y los boxer. No pude retener un grito ahogado cuando vi su gran miembro.
Besó mis labios con desesperación antes de entrar en mí de una sola embestida. Grité de dolor, pero después solo sentí un enorme placer.
Nuestras respiraciones agitadas eran una delicia para mis oídos. Emmett me embestía una y otra vez, y sus gemidos no hacían más que excitarme más. Estaba tan húmeda que llegué a preocuparme por la tapicería del coche...
Sus embestidas se tornaron duras e insistentes, supe que estaba a punto de llegar al orgasmo, al igual que yo. Una explosión de placer me llenó por dentro, haciéndome gritar su nombre. Él se corrió poco después, inundándome por dentro de sus cálidos fluidos.
Muy a mi pesar, nos separamos. Le di un corto beso en los labios y me vestí. Miré mi reflejo en el espejo retrovisor y me acomodé la ropa y el pelo.
-Eres genial -admití, viendo como se vestía. Nunca había alagado a un chico por muy bien que practicara el sexo... Siempre había una primera vez ¿no?
-Eres una diosa del sexo, nena -se bajó del coche y me agarró con su fuerte brazo por la cintura. Le miré y Emmett sonrió guiñándome un ojo.
Nos habíamos saltado una clase, pero como era el primer día, no le dimos importancia. En cuanto entramos por la puerta del instituto, agarrados por la cintura, todos se nos quedaron mirando.
-¿Tengo monos en la cara? -murmuré en voz baja para que solo Emmett me oyera.
-No, a lo que estás viendo se le llama envidia, cariño -sus labios se posaron sobre los mios y se separó de mí.
-Tengo clase de geografía, luego nos vemos -se despidió caminando por el pasillo con elegancia. Solo con mirarlo sentía que mi zona inferior se humedecía más y más. Pero solo sentía deseo por él, nada más. Nunca me había enamorado, y la verdad es que prefería que siguiera siendo así.
Me dispuse a ir a clase de biología. Caminaba rápida para no llegar tarde. Seguía fantaseando con el rato que pasé con Emmett en su coche, y por segunda vez en el día, me choqué contra alguien y caí de espaldas.
-¡Auch! -gemí y me llevé la mano a la cabeza, me había dado un golpe muy fuerte.
-¡Joder! ¡Lo siento! ¡De veras que lo siento! -otra vez esa maldita rata. Edward Cullen. Le lancé una mirada llena de ira y me puse en pie para encararlo. Vale, yo tenía la culpa por andar despistada, pero él tenía que mirar por donde iba.
Pero cuando me encontré frente a él, pude ver su rostro arañado y amoratado, cubierto de una capa de sudor. Su pelo estaba empapado, al igual que la ropa, y a decir verdad, me dio pena verlo así.
-¿Qué demonios te ha pasado? -le pregunté sin querer. ¿Por qué me molestaba en preocuparme por ese bicho raro?
-¿A ti que te importa? -se dio la vuelta y caminó apresuradamente. Sin darme cuenta, lo seguí. Aunque odiara admitirlo, Edward me importaba, lo conocía desde que éramos pequeños, y aunque las cosas hubieran cambiado, él y yo fuimos grandes amigos.
-¡Edward! -grité para que se detuviese, pero él no se paró, siguió caminando hasta salir al aparcamiento.
Corrí detrás de él y le agarré por el brazo en cuanto lo alcancé-. Edward ¿qué te ha ocurrido?
Se giró para mirarme, y pude ver de cerca su rostro herido. Realmente me apenaba verlo así. Sus hermosos ojos verdes ya no brillaban, estaban rojos y llorosos.
-¿De verdad quieres saberlo? -su voz sonó ronca y quebrada, supe que estaba a punto de echarse a llorar. El pelo mojado le tapaba casi todo el rostro y le daba un aspecto ridículo.
No sabía por qué lo estaba haciendo. Yo odiaba a Edward Cullen. Él era un friki, y yo, sin duda, era miembro del grupo más popular del instituto... Pero mi conciencia me decía que no había barreras, que en ese momento no importaba que fuésemos distintos, que lo único que realmente importaba, es que él era tan humano como yo.
-Sí, quiero saberlo -asentí y él suspiró.
Nos saltamos las clases para poder irnos a un lugar más tranquilo. Me llevó al bosque, y me arrepentí de haberme puesto las botas de tacón alto. Después de un buen rato caminando en silencio, llegamos a un lago precioso, que era la única zona del bosque en la que daba el sol. Admiré el paisaje durante unos minutos, me resultaba muy familiar...